En la primera parte decíamos que Dios nos ama a través de la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Decíamos además que el sufrimiento es camino hacia la intimidad con Dios...
¿Y por qué? porque cuando sufrimos nos humillamos: es en los momentos de dolor cuando reconocemos que no somos dueños absolutos de nuestra vida ni de la de los demás; es ahí cuando recapacitamos y nos percatamos que hay Alguien que tiene el poder sobre nosotros, sobre nuestra existencia... Alguien en quien vivimos, nos movemos y existimos (Hch. 17, 28). En otras palabras, cuando sufrimos mostramos apertura hacia Dios; más aún, cuando sufrimos es cuando más nos parecemos a Aquél que por nosotros murió en la cruz.
Esa es una de las razones por las que nuestros padecimientos no son arrancados súbitamente de nuestra vida -como quisiéramos nosotros-; más bien son un medio por el que Dios nos educa para que seamos perfectos como Él es perfecto (Mt. 5, 48), ya que el sufrimiento nos obliga a doblegarnos ante quien es TODOPODEROSO.
Otra razón es que el sufrimiento nos santifica, para que podamos ver al Señor cara a cara (Cfr. Heb. 12, 14)
Y por si fuera poco, el sufrimiento nos purifica para que podamos entrar a la Jerusalén Celestial donde el Señor es nuestro sol y nada profano podrá entrar (Cfr. Ap. 21, 23-27)
San Pablo nos revela que Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre (Flp. 2, 11). Pero, ¿Qué significado tiene este título otorgado a Jesús? ¿Cómo obtiene Jesús ese título? Comprender esto nos ayudará a entender un poco mejor al incomprensible amor de Dios... por eso lo vamos a tratar en entregas posteriores...
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