“Dios nuestro, que dispones con fuerza y suavidad el destino de los hombres, acepta los dones que tu bondad ha puesto en mis manos y, por el poder de este sacrificio,
únenos, a pueblo y sacerdote, en un solo corazón, para
que no le falte al pastor la docilidad de los fieles,
ni a los fieles la solicitud del pastor. Por Jesucristo, nuestro Señor.” (MR. Oración sobre las ofrendas de la Misa Ritual por el sacerdote celebrante)
Esta oración nos sugiere un punto particular para reflexionar hoy, Domingo IV de Pascua, también conocido como Domingo del Buen Pastor, en el cual se ora de manera especial por las vocaciones sacerdotales y religiosas: la unión estrecha que ha de haber entre un pastor y su rebaño, entre un párroco y su comunidad. En efecto, para ambos es capital que haya unión para apoyarse y cuidarse mutuamente, para crecer juntos en la fe, en la esperanza y en el amor.
El párroco necesita de la ayuda de sus fieles: La Ordenación Sacerdotal no lo ha convertido en un superhombre, ni en un ser perfecto, omnisapiente e infalible. Por el hecho de ser sacerdote no está exento de cometer pecado.