viernes, 10 de abril de 2020

El poder silencioso del amor

Jesús ha resucitado!!!! Esta es la gran noticia que nos desborda de alegría. Cristo está vivo: El amor ha vencido al odio, el bien ha vencido al mal, la gracia ha derrotado al pecado de una vez y para siempre. 
Dios nos ha mostrado su poder indiscutible: el amor. Su poder no se ha manifestado según nuestros razonamientos. Él es infinitamente sabio y su sapiencia nos supera. Sólo nos queda creer en el poder de la vida, del bien y del amor. Cuando todo parece perdido, la Resurrección nos recuerda el poder silencioso del amor: silencioso porque así como nadie sabe con exactitud lo que sucedió dentro de la tumba en el momento preciso de la resurrección (cf. Pregón Pascual), sin embargo, tenemos la certeza de que Dios cobró su victoria definitiva sobre el demonio y sus secuaces en el silencio de la noche Santa de la Resurrección. Y no conforme con eso, nos hace a nosotros partícipes de su victoria.
Alabado sea Dios!!
Viva Cristo!!!
Bendito sea el Espíritu Santo!!
Bendita sea la Santa Trinidad!!!

viernes, 26 de abril de 2019

Alegría cristiana y fortaleza

El Evangelio del viernes de la semana de Pascua (Jn. 21, 1-14) nos presenta la tercera aparición de Jesús a sus discípulos después de su resurrección. Aunque este pasaje ofrece mucho material para la reflexión personal y comunitaria, solo quiero detenerme en meditar un poco en la persona de Pedro: estuvo pescando toda la noche y no consiguió nada... Al amanecer, aún constatando el signo realizado por Jesús resucitado, no lo reconoce, sino hasta que escucha del discípulo amado que quien estaba en la orilla era nada más y nada menos que el Señor. Dice el texto bíblico: "Oyendo, pues, Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se la había quitado para poder trabajar), y se echó al mar" ¡Qué alegría tan grande la de Pedro! Sin pensarlo dos veces se ciñó la ropa y se lanzó al agua para acercarse al Maestro. Del desánimo por no pescar nada al gozo de estar con el Resucitado.
Luego de saludarlos a todos, Jesús les pidió que trajeran algunos  peces de los que habían pescado. Y continúa el texto sagrado: "Simón Pedro subió a la barca, y sacó la red a tierra, llena de peces grandes, ciento cincuenta y tres; y aunque había tantos, la red no se rompió". La red que los otros discípulos venían arrastrando en la barca, Pedro la arrastró solo hasta la orilla. Aquí está el meollo de la presente reflexión: La alegría de Pedro por estar con el Señor Resucitado le dio fuerzas para arrastrar la red llena de peces grandes. Si Pedro hubiese estado triste o desanimado, no hubiese podido hacer eso. Exagerando un poco, no hubiese podido ni siquiera con la red vacía.
Aplicando esto a nuestra vida, es necesario que nosotros estemos siempre alegres, pero con la verdadera alegría que nace de la fe y es obra de la gracia y de la comunión plena con Jesucristo. Sin esta alegría, nuestra vida cotidiana pierde sentido y somos presa fácil del desánimo, de la desilusión, de la tristeza y como consecuencia de ello, perdemos la fuerza necesaria para luchar por nuestra propia santificación y la santificación de los demás, para cargar nuestra cruz de cada día. Es entonces cuando cualquier inconveniente por pequeño que sea, nos sume en la decepción hacia nosotros, hacia las personas o incluso hacia el mismo Dios. La realidad cotidiana se convierte en una pesada carga que nos resistimos -o nos negamos- a soportar. Brota entonces en nosotros la queja, la murmuración, el alejamiento de la comunidad...
Por el contrario, la alegría que surge de la fe nos ayuda a ver las cosas desde una perspectiva mucho más amplia y a no quedarnos en lo superficial, porque somos capaces de reconocer la presencia de Dios en nuestra realidad tal como ella se nos presenta. Es entonces cuando podemos apreciar la pedagogía de Dios, nuestro Padre amoroso, que nos brinda todos los días la oportunidad de crecer en la práctica del amor y la misericordia. Por eso, ante las dificultades no nos desanimamos. Más aún, somos capaces de resistir por la causa del Evangelio en un mundo de tinieblas. El gozo cristiano nos anima a perseverar en el bien, nos vigoriza para que podamos soportar las incomodidades propias de nuestra vocación cristiana.
Ahora bien, la alegría cristiana ha de ser cultivada: cada día es necesario que luchemos nuestro combate de la oración (Catecismo de la Iglesia Católica) y que recibamos los Sacramentos con frecuencia; es necesario además que fortalezcamos nuestra escucha de la Palabra y que estemos dispuestos a dejarnos sorprender por nuestro Señor cada día. Que le busquemos en nuestros prójimos, especialmente en los más necesitados.
Preguntas para reflexionar:

  1. ¿Soy un cristiano alegre?
  2. ¿Tengo fuerzas para vivir mi vida en plenitud?
  3. ¿Estoy desanimado por algo o por alguien?
  4. ¿Estoy cultivando mi alegría?

miércoles, 6 de enero de 2016

Misericordiosos como el Padre

La Iglesia Católica celebra gozosa el jubileo de la Misericordia. La Misericordia se ha vuelto una especie de moda en nuestro vocabulario: todo gira en torno a ella. Como pastor de la Iglesia, he escuchado con preocupación que muchos tienen una concepción errónea de la Misericordia de Dios:
1      Algunos conciben la Misericordia como una especie de alcahuetería por parte de Dios, quien se hace de la vista gorda ante nuestros pecados, no nos dice nada  y luego lo perdona todo sin imponer ninguna sanción.
2.       Hay quienes piensan que la misericordia de Dios no exige la conversión.
3.       Otros van un poco más lejos e Incluso piensan, malinterpretando la enseñanza de nuestro Señor (Cf. Sant. 2, 13), que por la misericordia de Dios no habrá juicio –y si  lo hay, será una especie de saludo a la bandera-, y luego de la muerte hay acceso directo al paraíso.
4.       Otros ven la Misericordia sólo como la recepción de cosas que consideran buenas: Dios –o el prójimo- es misericordioso porque “me trató bien” o “me dio lo que yo esperaba”, o “no me pasó nada malo”. Nada de dar, sólo recibir…
5.       Hay quienes consideran que la misericordia hacia el prójimo  consiste en soportar sus faltas sin hacer o decir nada para corregirlo.
6. Hay quienes ponen en una balanza la miseriordia de Dios con su justicia... y piensan que la misericordia tiene límites
      Ante estas y otras maneras equívocas de percibir la misericordia, es necesario corregir estas apreciaciones para poder vivir en plenitud este regalo de Dios. Ese es el objetivo que persigue este escrito.

En primer lugar, es bueno aclarar que la Misericordia no está disociada de la Sagrada Escritura, no es contraria a las exigencias de nuestros Señor. Por el hecho de que el Señor es misericordioso, no nos exime de la fe (Mt. 15, 28) ni de la vocación a la santidad (1 Pe. 1, 15-16), ni de la lucha cotidiana contra el pecado (Cf. Mt. 4, 1-11) ni de la misión de evangelizar (Mt. 28, 19-20) y mucho menos de vivir conforme a las enseñanzas de la Palabra (Mt. 7, 21-27) ni del perdón de las ofensas recibidas (Mt. 18, 21-35). La misericordia no es un pretexto para quedarse de brazos cruzados, sin hacer nada por construir un mundo mejor. No es un regalo para permanecer en el egoísmo, sino un don para compartirlo con todos.
Ya entrando en materia, en la Sagrada Escritura se encuentran varios vocablos que se pueden traducir como misericordia:
·         En el AT (hebreo), hay cinco términos que se traducen por misericordia:
o  Rehamîm (Sal. 103,13; Jer. 31,20; Gen. 43,30; Sal. 106, 43; Dan. 9,9): designa propiamente las “vísceras”, pero en sentido metafórico expresa el sentimiento profundo, íntimo y amoroso que une a dos personas por vínculos de sangre o del corazón y que se traduce espontáneamente en actos de compasión y perdón.
o  esed (Sal. 25, 6; 40,12; 103,4; Is. 53,7; Jer. 16, 5; Os. 2, 21): término estrechamente vinculado al anterior, usado incluso como sinónimo, pero que se diferencia en que nace de una deliberación consciente, como consecuencia de una relación de deberes y derechos. Significa bondad, aunque también se puede traducir por piedad, compasión o perdón.
o  Ḥanan (Ex. 33,19; Is. 27,11; 30, 18; Sal. 102, 18): que significa mostrar gracia, ser clemente.
o  Ḥamal (Jer. 13,14; 21, 7): compadecer, sentir compasión, perdonar (al enemigo).
o  Ḥus (Is. 13, 18): conmoverse, sentir lástima, sentir piedad.
·         En la Biblia de los LXX y en el NT,  hay tres términos que reflejan los conceptos hebreos:
o  Éleos: de ordinario, traduce a ḥesed, pero se sitúa más en el ámbito psicológico, ya que  nace de una profunda conmoción de ánimo. En la práctica, concluye en la limosna o beneficencia para con los pobres y necesitados.
o  Oiktirmós: de ordinario, traduce a reḥanîm, aunque subraya el aspecto exterior del sentimiento de compasión.
o  Splánjna: literalmente traduce a reḥanîm, las “vísceras” donde nacen los sentimientos. Expresa condescendencia, amor, cariño, simpatía, benignidad, compasión y misericordia.
«Yavé, Yavé es un Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y en fidelidad. El mantiene su benevolencia por mil generaciones y soporta la falta, la rebeldía y el pecado, pero nunca los deja sin castigo; pues por la falta de los padres pide cuentas a sus hijos y nietos hasta la tercera y la cuarta generación.» (Ex. 34, 6-7). Esta fórmula expresa la confianza absoluta y constante de Israel en el amor misericordioso y tierno de Dios. De esta certeza, surgió el estribillo “su amor es eterno” (Sal. 100,5; 106,1; 107,1; 118,1.4.29; 136; 1 Cron. 16,34.41; Jer. 33, 11), o en la fórmula “rico en misericordia” (Ef. 2, 4). El amor de Dios hacia todos trasciende cualquier tipo o modelo humano, porque es infinito e indefectible (Cf. Is. 49, 15).
        La infinita misericordia de Dios se manifiesta en su providencia (Sab. 11,23-12,1), compasión (Si. 18, 1-14), perdón (Os. 2, 18-22; Is. 54, 5-7), ayuda y protección (Sal. 136). Supera en mucho a la justicia (mil generaciones vs. tres y cuatro) que exige el castigo del delito. Esta certeza llevó a los israelitas a confiar en esta piedad divina para que los perdone y olvide sus pecados (Sal. 25, 7. 11. 18; 51, 3-4.11; 103, 8-18). Ellos sabían perfectamente que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva (Ez. 18, 21-23; 33, 11)
        Jesucristo es la imagen de Dios invisible (Col. 1, 15), el resplandor de la gloria del Padre y la impronta de su ser (Heb. 1, 3), que al llegar la plenitud de los tiempos asumió nuestra condición de esclavos (Flp. 2, 6) para manifestar con sus palabras (Cf. Lc. 15) y sus obras (Cf. Mt. 9, 36; Mc. 1, 41; 2, 17; Lc. 7, 22) la entrañable misericordia de Dios para con los marginados, bien sea como causa de sus pecados, como por razón de su enfermedad, de su pobreza o su condición social. Por pura misericordia Él asume la debilidad humana (Heb. 2, 17-18) para mostrar compasión a su prójimo (Mc. 5, 19; 6, 34; Mt. 9, 36; 14, 14; Lc. 7, 13). Todos acuden a Él implorando su misericordia (Mc. 9, 22; 10, 47-48; Mt. 9, 27; 15, 22; 17, 15; Lc. 17, 13).
        Jesucristo llama al cristiano a ser perfecto como es perfecto el Padre celestial (Mt. 5, 48). Este ideal de santidad se concreta en las obras de misericordia espiritual y corporal como manifestación del amor al prójimo (Lc. 10, 30-37). Además, le advierte que el juicio final recaerá sobre las obras de misericordia que haya practicado (Mt. 25, 31-46; Sant. 2, 13).  
        Para finalizar, es necesario aclarar lo que Dios espera del cristiano: una respuesta en doble dirección: 
1.- hacia Dios: el reconocimiento y la confesión humilde de sus pecados y consiguientemente la conversión (Sal. 32, 5; 38, 19; 51, 4-5; Prov. 28, 13). Sólo cuando el hombre por su fe abre el corazón a Dios, es capaz de amar con el mismo amor con que Dios ama. Sólo cuando la persona tiene experiencia de la misericordia inagotable de Dios se puede abrir plenamente a manifestar a los demás este amor misericordioso y por consiguiente, se dispone de mejor manera a perdonar de corazón al prójimo. Nadie da lo que no tiene. De ahí la importancia de aceptar con fe esta compasión divina recibiendo debidamente el Sacramento de la Reconciliación, esto es, sin disimular y mucho menos ocultar los pecados cometidos ni presentando las bondades propias (Lc. 18, 9-14), asumiendo la total responsabilidad de los pecados (Sal. 51), sin achacarle la culpa a otros (Gen. 3, 11-13). El pecador no puede pretender abusar de esta clemencia demorando su conversión (Si. 5, 7). 
2.- hacia el prójimo: vivir las obras de misericordia en la vida cotidiana, en los pequeños detalles. Las obras de misericordia no son algo superior a nuestras capacidades. Todos los días el Señor ofrece a todos múltiples oportunidades para ser misericordiosos: la oración, el perdón, la corrección fraterna, el consuelo, la enseñanza, la limosna, etc.
No hay misericordia sin Dios: sin la experiencia del amor de Dios, cualquier obra de misericordia pierde su sentido.  
"Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt. 5, 7)

domingo, 15 de febrero de 2015

Algunas pautas para la reflexión del Evangelio Dominical

  Mc. 1, 40-45 (Domingo VI del Tiempo Ordinario, ciclo B):  
  •    Para el pueblo de Israel, la lepra era considerada como un castigo divino (Num. 12, 10-15; 2 Re. 5,14; 2 Cron.26,18-21), como la primogénita de la muerte (Job 18,13). La lepra sólo podía ser curada por Dios (Ex. 4,6; 2 Re. 5, 6-7). Jesús manifiesta con hechos que es verdadero Dios. Pero no un Dios lejano, sino verdaderamente “con nosotros”, cercano, compasivo, sobre todo hacia los más pobres, incluso hacia aquellos a quienes la sociedad rechaza para no contaminarse. ¿Cuál es nuestra actitud hacia los más pobres y hacia los enfermos? ¿Tenemos la misma disposición de Jesús para el amor y servicio hacia ellos o ni siquiera le dirigimos la mirada?
  •      Las palabras del leproso: “si quieres… puedes….” Denotan falta de fe. O piensa que todo depende de la voluntad de Jesús o cuestiona su voluntad para curarlo. Esta actitud es inaceptable para el Señor, por eso su indignación. ¿Nuestra actitud ante Jesús no será como la de este leproso? Revisemos…
  •     Jesús impone silencio a este hombre que ha sido curado de su lepra. Este hombre recibió lo que quería de Jesús: la curación. No le interesaba más nada: sólo quería un favor. A Jesús no le interesa un testimonio distorsionado de Él ni de su obra salvadora, ya que la obra de Dios no consiste en hacer favores, sino en salvar a la humanidad. Hoy en día son muchos los que buscan a Dios sólo porque necesitan un milagro. Dios es para ellos sólo Aquel a quien se acude cuando no se tienen los medios para resolver un problema, nada más… luego, quieren resolver todo con promesas. ¿Qué queremos de Jesús?  ¿Con qué intención lo buscamos?

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El Verdadero Sentido de la Cruz


El hombre está llamado a ser plenamente feliz. Para que su felicidad sea colmada ha de apoyarse en la roca sólida de Jesucristo y no en otra persona, institución, cosa o acontecimiento: El hombre que sigue a Cristo es feliz.

Jesús dijo a sus discípulos y por ende también a cada uno de nosotros que quien quisiera seguirlo no lo puede hacer por otro camino que no sea el de la cruz (Cf. Lc. 9, 23; 14,27; Mt. 10, 38; 16, 24; Mc. 8, 34). Sin embargo, para muchos cristianos la cruz es sinónimo de tristeza, dolor, resignación, desesperanza, desconsuelo y hasta de maldición… ¡Y nadie quiere eso! Por ese motivo se da en muchos una resistencia a cargar su propia cruz. Sería más fácil para ellos que Dios hiciera un milagro para desterrar todo esto de su realidad.

Sin embargo, nada más lejos de la fe. Para todo cristiano la cruz ha de ser un signo de esperanza: Cristo murió en ella, ¡pero resucitó! Nuestra religión cristiana no es la del Viernes Santo, sino la del Domingo de Resurrección. Por eso, llevar la cruz cada día es sembrar esperanza en una sociedad llena de violencia e injusticia, de egoísmo, de mentira, de vicios, de muerte… 

Llevar la cruz es creer que las cosas pueden cambiar, que nos espera un mañana mejor por el cual podemos apostar. Cargar la cruz es dar vida a un mundo de muerte, es llevar la luz de Cristo a las tinieblas que nos rodean, anunciandoles que la última palabra sobre nuestra realidad la tiene Cristo, y por tanto, la Vida Plena, la Justicia, el Amor y la Paz.

Dice un refrán: “si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada”. Tomar la cruz es asumir nuestra realidad tal como se nos presenta -no sólo lo bueno y agradable, sino también lo malo- para poder iluminarla, haciendo siempre el bien sin cansarse (Gal. 6, 9) con la esperanza en la pronta venida del reino de Dios que no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu (Rom. 14, 17). 

¡Vale la pena cargar la cruz cada día!

miércoles, 17 de agosto de 2011

La Parroquia, camino hacia su renovación


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Para que una parroquia cumpla verdaderamente la misión que le fue encomendada por Cristo, debe renovarse... En esta presentación se ofrecen algunas pistas que pueden orientar en algunos aspectos del modelo parroquial que debemos construir