lunes, 12 de julio de 2010

Enamorarse de Cristo

“Cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo él nos salva (cf. Hch 4, 12)” [Documento de Aparecida, Discurso Inaugural de Su Santidad Benedicto XVI, nº 3]
Estas palabras del Papa nos sumergen en el corazón mismo de la Misión de la Iglesia: el amor Fontal de Dios. En efecto, es la experiencia del amor de Dios lo que mueve al discípulo a proclamar a tiempo y a destiempo, en todos los lugares y a todas las personas la Buena Nueva del Evangelio.
Uno habla siempre de aquello que le hace feliz. El amor hace que seamos espontáneos. Quienes han tenido experiencia del noviazgo, saben bien lo que es estar enamorados: durante gran parte del tiempo los pensamientos se orientan hacia el ser amado, el primer pensamiento del día se orienta hacia el amado y antes de dormir, el último pensamiento es para él o ella; cuando la persona amada está lejos pareciera que el reloj detiene su camino, y cuando se está con esa persona el tiempo “pasa volando”. Durante el noviazgo no se tiene pena alguna para hablar a los demás de la persona amada y de lo feliz que se es a su lado. Los gestos, las expresiones, todo expresa a los demás lo feliz que se es junto al otro. Cuando surge alguna diferencia de opinión entre ambos, no se tiene reparo alguno en dar el brazo a torcer con tal de reconciliarse; más aún, durante el tiempo del disgusto persiste una situación de incomodidad, tristeza o melancolía porque no se está bien con el ser amado. Y si se rompe la relación entre ambos, ni hablar…
Ahora surge la pregunta: ¿Por qué el discípulo ha de enamorarse de Cristo? Y luego brota también la respuesta de parte del Señor: ¡¡¡¡PORQUE JESUCRISTO ESTÁ ENAMORADO DEL DISCÍPULO!!!! ¡¡¡¡JESÚS ESTÁ ENAMORADO DE TI!!!! Jesús es el novio que provee de vino nuevo a la fiesta de bodas (Cf. Jn. 2, 8-10). Para Jesús tú eres lo más importante.
El discípulo que se enamora de Jesucristo no hace sino corresponder al amor intenso e infinito, fiel y eterno de Dios hacia él: Dios Padre nos amó primero y nos envió a su Unigénito para salvarnos. Pero su amor no fue ni es algo ocasional: desde antes de la creación del mundo, ya Dios nos ha estado amando con intensidad; a cada instante Dios nos dice que nos ama y nos lo demuestra de manera concreta (cada palpitar de nuestro corazón, cada paso que damos, cada pensamiento, cada cosa que vemos y escuchamos… absolutamente todo es fruto del amor de Dios hacia nosotros). Lo que pasa es que hemos perdido la capacidad de asombro ante las pequeñas cosas de cada día y por eso no escuchamos la voz suave de Dios que nos dice: TE AMO. Jesús no se avergüenza de decírtelo.