miércoles, 6 de enero de 2016

Misericordiosos como el Padre

La Iglesia Católica celebra gozosa el jubileo de la Misericordia. La Misericordia se ha vuelto una especie de moda en nuestro vocabulario: todo gira en torno a ella. Como pastor de la Iglesia, he escuchado con preocupación que muchos tienen una concepción errónea de la Misericordia de Dios:
1      Algunos conciben la Misericordia como una especie de alcahuetería por parte de Dios, quien se hace de la vista gorda ante nuestros pecados, no nos dice nada  y luego lo perdona todo sin imponer ninguna sanción.
2.       Hay quienes piensan que la misericordia de Dios no exige la conversión.
3.       Otros van un poco más lejos e Incluso piensan, malinterpretando la enseñanza de nuestro Señor (Cf. Sant. 2, 13), que por la misericordia de Dios no habrá juicio –y si  lo hay, será una especie de saludo a la bandera-, y luego de la muerte hay acceso directo al paraíso.
4.       Otros ven la Misericordia sólo como la recepción de cosas que consideran buenas: Dios –o el prójimo- es misericordioso porque “me trató bien” o “me dio lo que yo esperaba”, o “no me pasó nada malo”. Nada de dar, sólo recibir…
5.       Hay quienes consideran que la misericordia hacia el prójimo  consiste en soportar sus faltas sin hacer o decir nada para corregirlo.
6. Hay quienes ponen en una balanza la miseriordia de Dios con su justicia... y piensan que la misericordia tiene límites
      Ante estas y otras maneras equívocas de percibir la misericordia, es necesario corregir estas apreciaciones para poder vivir en plenitud este regalo de Dios. Ese es el objetivo que persigue este escrito.

En primer lugar, es bueno aclarar que la Misericordia no está disociada de la Sagrada Escritura, no es contraria a las exigencias de nuestros Señor. Por el hecho de que el Señor es misericordioso, no nos exime de la fe (Mt. 15, 28) ni de la vocación a la santidad (1 Pe. 1, 15-16), ni de la lucha cotidiana contra el pecado (Cf. Mt. 4, 1-11) ni de la misión de evangelizar (Mt. 28, 19-20) y mucho menos de vivir conforme a las enseñanzas de la Palabra (Mt. 7, 21-27) ni del perdón de las ofensas recibidas (Mt. 18, 21-35). La misericordia no es un pretexto para quedarse de brazos cruzados, sin hacer nada por construir un mundo mejor. No es un regalo para permanecer en el egoísmo, sino un don para compartirlo con todos.
Ya entrando en materia, en la Sagrada Escritura se encuentran varios vocablos que se pueden traducir como misericordia:
·         En el AT (hebreo), hay cinco términos que se traducen por misericordia:
o  Rehamîm (Sal. 103,13; Jer. 31,20; Gen. 43,30; Sal. 106, 43; Dan. 9,9): designa propiamente las “vísceras”, pero en sentido metafórico expresa el sentimiento profundo, íntimo y amoroso que une a dos personas por vínculos de sangre o del corazón y que se traduce espontáneamente en actos de compasión y perdón.
o  esed (Sal. 25, 6; 40,12; 103,4; Is. 53,7; Jer. 16, 5; Os. 2, 21): término estrechamente vinculado al anterior, usado incluso como sinónimo, pero que se diferencia en que nace de una deliberación consciente, como consecuencia de una relación de deberes y derechos. Significa bondad, aunque también se puede traducir por piedad, compasión o perdón.
o  Ḥanan (Ex. 33,19; Is. 27,11; 30, 18; Sal. 102, 18): que significa mostrar gracia, ser clemente.
o  Ḥamal (Jer. 13,14; 21, 7): compadecer, sentir compasión, perdonar (al enemigo).
o  Ḥus (Is. 13, 18): conmoverse, sentir lástima, sentir piedad.
·         En la Biblia de los LXX y en el NT,  hay tres términos que reflejan los conceptos hebreos:
o  Éleos: de ordinario, traduce a ḥesed, pero se sitúa más en el ámbito psicológico, ya que  nace de una profunda conmoción de ánimo. En la práctica, concluye en la limosna o beneficencia para con los pobres y necesitados.
o  Oiktirmós: de ordinario, traduce a reḥanîm, aunque subraya el aspecto exterior del sentimiento de compasión.
o  Splánjna: literalmente traduce a reḥanîm, las “vísceras” donde nacen los sentimientos. Expresa condescendencia, amor, cariño, simpatía, benignidad, compasión y misericordia.
«Yavé, Yavé es un Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y en fidelidad. El mantiene su benevolencia por mil generaciones y soporta la falta, la rebeldía y el pecado, pero nunca los deja sin castigo; pues por la falta de los padres pide cuentas a sus hijos y nietos hasta la tercera y la cuarta generación.» (Ex. 34, 6-7). Esta fórmula expresa la confianza absoluta y constante de Israel en el amor misericordioso y tierno de Dios. De esta certeza, surgió el estribillo “su amor es eterno” (Sal. 100,5; 106,1; 107,1; 118,1.4.29; 136; 1 Cron. 16,34.41; Jer. 33, 11), o en la fórmula “rico en misericordia” (Ef. 2, 4). El amor de Dios hacia todos trasciende cualquier tipo o modelo humano, porque es infinito e indefectible (Cf. Is. 49, 15).
        La infinita misericordia de Dios se manifiesta en su providencia (Sab. 11,23-12,1), compasión (Si. 18, 1-14), perdón (Os. 2, 18-22; Is. 54, 5-7), ayuda y protección (Sal. 136). Supera en mucho a la justicia (mil generaciones vs. tres y cuatro) que exige el castigo del delito. Esta certeza llevó a los israelitas a confiar en esta piedad divina para que los perdone y olvide sus pecados (Sal. 25, 7. 11. 18; 51, 3-4.11; 103, 8-18). Ellos sabían perfectamente que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva (Ez. 18, 21-23; 33, 11)
        Jesucristo es la imagen de Dios invisible (Col. 1, 15), el resplandor de la gloria del Padre y la impronta de su ser (Heb. 1, 3), que al llegar la plenitud de los tiempos asumió nuestra condición de esclavos (Flp. 2, 6) para manifestar con sus palabras (Cf. Lc. 15) y sus obras (Cf. Mt. 9, 36; Mc. 1, 41; 2, 17; Lc. 7, 22) la entrañable misericordia de Dios para con los marginados, bien sea como causa de sus pecados, como por razón de su enfermedad, de su pobreza o su condición social. Por pura misericordia Él asume la debilidad humana (Heb. 2, 17-18) para mostrar compasión a su prójimo (Mc. 5, 19; 6, 34; Mt. 9, 36; 14, 14; Lc. 7, 13). Todos acuden a Él implorando su misericordia (Mc. 9, 22; 10, 47-48; Mt. 9, 27; 15, 22; 17, 15; Lc. 17, 13).
        Jesucristo llama al cristiano a ser perfecto como es perfecto el Padre celestial (Mt. 5, 48). Este ideal de santidad se concreta en las obras de misericordia espiritual y corporal como manifestación del amor al prójimo (Lc. 10, 30-37). Además, le advierte que el juicio final recaerá sobre las obras de misericordia que haya practicado (Mt. 25, 31-46; Sant. 2, 13).  
        Para finalizar, es necesario aclarar lo que Dios espera del cristiano: una respuesta en doble dirección: 
1.- hacia Dios: el reconocimiento y la confesión humilde de sus pecados y consiguientemente la conversión (Sal. 32, 5; 38, 19; 51, 4-5; Prov. 28, 13). Sólo cuando el hombre por su fe abre el corazón a Dios, es capaz de amar con el mismo amor con que Dios ama. Sólo cuando la persona tiene experiencia de la misericordia inagotable de Dios se puede abrir plenamente a manifestar a los demás este amor misericordioso y por consiguiente, se dispone de mejor manera a perdonar de corazón al prójimo. Nadie da lo que no tiene. De ahí la importancia de aceptar con fe esta compasión divina recibiendo debidamente el Sacramento de la Reconciliación, esto es, sin disimular y mucho menos ocultar los pecados cometidos ni presentando las bondades propias (Lc. 18, 9-14), asumiendo la total responsabilidad de los pecados (Sal. 51), sin achacarle la culpa a otros (Gen. 3, 11-13). El pecador no puede pretender abusar de esta clemencia demorando su conversión (Si. 5, 7). 
2.- hacia el prójimo: vivir las obras de misericordia en la vida cotidiana, en los pequeños detalles. Las obras de misericordia no son algo superior a nuestras capacidades. Todos los días el Señor ofrece a todos múltiples oportunidades para ser misericordiosos: la oración, el perdón, la corrección fraterna, el consuelo, la enseñanza, la limosna, etc.
No hay misericordia sin Dios: sin la experiencia del amor de Dios, cualquier obra de misericordia pierde su sentido.  
"Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt. 5, 7)