Cuando pensamos en el amor de Dios por nosotros inmediatamente lo asociamos con todo aquello que es bonito, agradable, placentero... cuando estamos bien, nos "sentimos" amados por Dios. Más aún, cuando las cosas no andan bien, cuando pasamos por un dolor, un sufrimiento, pensamos que Dios se olvidó de nosotros, que no nos escucha...
Sin embargo, las Sagradas Escrituras nos desconciertan cuando nos dicen que Dios Padre entregó a su único Hijo para nuestra salvación (Cfr. Jn. 3, 16): El amor de Dios es oblativo, ya que no escatimó el sacrificio del tesoro inapreciable de su Unigénito. Jesús murió en la cruz por nosotros. La cruz de Jesús se nos presenta entonces como la mayor prueba de que Dios nos ama.
El amor de Dios se renueva cada mañana (Cfr. Lam. 3, 22), pero lo hace revelándose plenamente en la cruz de Jesucristo; por eso, nuestro sufrimiento cotidiano es muestra de que somos amados por Dios ... ¡desconcertante! ¿no es así?
Dios Padre escuchó la oración de su Hijo (Cfr. Mc. 14, 32-42; Heb. 5, 7) y por eso, el sufrimiento de Jesús se transformó en camino de salvación. Fijémonos bien: Dios Padre SÍ ESCUCHÓ la oración de su Hijo en el momento cumbre de su misión entre nosotros, pero no lo libró del sufrimiento de la cruz. Igualmente pasa con nosotros: Dios Padre SÍ ESCUCHA NUESTRAS ORACIONES, MAS NO NOS LIBRA DE NINGÚN SUFRIMIENTO DE MANERA INMEDIATA, COMO POR ARTE DE MAGIA.
¿Y por qué tiene que ser así? Porque el sufrimiento es para nosotros camino de salvación e intimidad con Dios... no suena nada bien para nosotros, pero es así.
¡Qué incomprensible es el amor de Dios!
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